Estaba pasando una época regular. De esas en las que estás en otoño permanente, así durante unos meses, más de lo habitual. De repente un día quise florecer, quitarme las ataduras y abandonar ese letargo. Quise hacerme un tatuaje de una mariposa o una pluma (cosas que se piensan…) como final de ese tiempo otoñal. Le dije a mi marido que se había acabado la tristeza, que o me regalaba un ukelele o me hacía un tatuaje para celebrar ese fin.
¿Un ukelele porqué? Sencillo. Nadie que toca el ukelele está triste. A los pocos días apareció con el ukelele. Y cambió mi vida.
El ukelele y la música me hacen feliz a cada instante.
Poco tiempo después comencé mis clases de ukelele con un profesor muy particular. Del que tomé prestada su frase….